martes, 14 de febrero de 2017

LA ESPADA DEL SAMURAI (´When Tradition meets the Future)







“-Teniente Algren, postrado ante el Emperador,mientras le ofrece una katana: 
ésta es la espada de Katsumoto. Él hubiera querido que estuviera en vuestro poder ;él deseó con su último aliento que recordárais a los antepasados que la blandieron y por qué murieron (…)
-Emperador: He soñado con unificar Japón, una nación fuerte, independiente y moderna. Ahora tenemos ferrocarriles, cañones y ropas occidentales. PERO NO PODEMOS OLVIDAR QUIÉNES SOMOS NI DE DÓNDE VENIMOS “ 
(El último Samurai, 2003)



No hace mucho ha podido verse una campaña publicitaria del turismo japonés: “Japan, where tradition meets the future” (Japón: donde la Tradición se encuentra con el futuro”) Alguna vez, hablando de identidades nacionales y regionalismos, he manifestado mi sana envidia por cómo viven este asunto los británicos. Con Japón ya no es sólo envidia sino respeto profundo, admiración, casi reverencia.  

Siempre he disentido de un viejo amigo que afirma que Japón ha perdido toda su esencia y se ha vendido a Occidente. Sí, puede que Tokio sea un monstruoso hormiguero humano, puede que imiten todas nuestras modas, jueguen a béisbol o emulen a Elvis. Puede que sean adictos a la tecnología, que nos copien con exceso y distorsión, como ocurre con el Manga. Pero tras esa apariencia frívola, no pocas veces grotesca, aún subsiste buena parte del espiritu nipón

De vez en cuando me pregunto ¿qué queda de la España que conocí de niño y joven? No sólo la de los viejos bares (serrín, frasca y zinc), ni las lecherías y tiendas de ultramarinos. No sólo la de esos kioskos regentados por un señor similar al "Cervan" de Cuéntame , que vendían el Jabato, chuches o sobres de cromos. O esas tiendas de cambio de cromos, comics Marvel y tebeos patrios, entrañable Gordillo de la calle Blasco de Garay.

Me refiero a la de ese español sufrido, noble y austero. Ese madrileño llegado de los pueblos de las dos Castillas , Extremadura o Andalucía, esos serenos gallegos y taberneros asturianos. Generosos, sencillos, honrados con otras tantas virtudes hoy consideradas demodé. 

Aquí sí que nos hemos pervertido, entregado con armas y bagaje al mundo moderno del peor tipo. No el de la tecnología y los juegos absurdos, como en el país del sol naciente. Aquí hemos querido hacer tabula rasa con todo nuestro pasado, con todo aquello que nos huele a “antiguo”, a viejo, a pasado de moda. Más renegados y endófobos que nadie, a años luz de ningún japonés, que no dejaría morir su Patrimonio cultural y natural (Patrimonio, bonita palabra, con la misma raíz que Patria: Patrimonio, del latín patrimonium ‘bienes heredados de los padres”. Será por eso que no está bien visto defenderlo, no vaya a ser que nos acusen de heteropatriarcales.)

En el s XIX fueron derrotados los últimos samurais del Japón. Con ellos murió el Japon tradicional. Así y todo, aún se les reverencia y su código de honor permanece como referencia del Japón eterno. En la España del XIX los carlistas fueron quizá nuestros últimos samurais. Tal vez errados, pero fieles a unos Fueros, a unas Españas seculares, a un orden espiritual herencia de los ancestros. Esos viejos carlistas. derrotados “por traidores y criminales ” liberales que en nombre de una supuesta modernidad comenzaron una labor  de destrucción de la España interior en lo geográfico e interior en lo moral. Una destrucción material, sí, pero sobre todo espiritual. Una labor que están rematando en este siglo XXI tanto liberales de derechas como progres de izquierdas.

Ya no me importa a estas alturas del partido que se me llame reaccionario. Parafraseando a don José de la Riva Agüero, no soy conservador, sino reaccionario; porque hay poco que conservar, y mucho ante lo que reaccionar” (1) 




En resumen, que sí, que envidio a los japoneses. A pesar de su culto por la modernidad más excesiva. Quizá porque bajo varios estratos de tierra está enterrada la espada del samurai. Envidiable  asumir los contrastes,  el tren bala y el Aikido, los robots y el Bushido, el Doraemon y el Honor, el Sumo y el culto a la empresa. 
Una potencia tecnológica y económica que respeta y cuida su legado. El Japón del Shinto, la lírica del cerezo en flor y el respeto a los mayores. Qué paletos y pueblerinos son, sí. Y así y todo sólo tienen un insignificante 5% de paro.

Aquí no nos importa nuestra herencia inmaterial, aquí somos más papistas que el Papa y más multiculturales que un "newyorker" ; somos los más materialistas, los mayores defensores de una postmodernidad inhumana y vulgar. En España, pero sobre todo en Madrid, todo lo que suene a Tradición, legado o Historia produce alergia, o peor aún, arcadas, Aquí no sólo hemos puesto  siete llaves al sepulcro del Cid, sino que fundimos la Tizona para hacer las cuicas (tambores) de las batucadas. “Corruptio optimi, pessima” eso es España, que desde el siglo XIX, como muestra un botón, ha iniciado un proceso de reducción de la vasta herencia antropológica y folclórica de las Españas a cuatro lugares comunes de sol, Flamenco ,playa y orgullo deportivo.

Hicieron falta dos bombas atómicas para doblegar al orgulloso y disciplinado pueblo japonés, irreductible y dispuesto a la muerte antes que a la rendición. Mishima se quitó de en medio por mucho menos de lo que sufrimos en este occidente y en esta Expaña de tapas y sol. Pero claro está, yo no soy Mishima. Ni yo ni nadie de esta piel de toro. 


Respeta a los ancianos. Nunca temas.Vive con honor.
(Código Samurai) 

 (1) Luis Alberto Sánchez había calificado a Riva Agüero como un claro exponente de lo que en Perú representaba ser un «conservador»; a lo cual el Marqués de Montealegre  respondía, entre un tono medio airado y medio amistoso, de forma tajante: «Yo no soy conservador...sino reaccionario». Para él no había nada que conservar en el Perú, se debía reaccionar y volver a los ideales y tareas del siglo XVIII (de “Apuntes para un estudio de la influencia de Maurras en Hispano América”, por José Díaz Nieva) 

….Por eso la modernidad ha sido la prostitución del individuo, el imperio de las modas, de la vulgarización estética; el reino de lo uniforme, la mediocridad, la falta de gusto, el cinismo de la derecha y las mentiras de la izquierda, las boberías, el alcohol, la prostitución y la Coca-cola; la inanidad de la ciencia que no educa, pues no enseña sobre el objeto, sino sobre la manera de usarlo, es decir, no dice cómo se debe vivir, como decía Weber, sino cómo se debe emplear; es la tiranía de la estadística que convierte todo en cifra.” (Damián Pachón, en su ensayo sobre Nicolás Gómez Dávila, “la irreverencia de la inteligencia”

“La democracia no es más que el procedimiento mediante el cual la mayoría esclaviza legalmente a las minorías, es una blasfemia y es el "sistema para el cual lo justo y lo injusto, lo racional y lo absurdo, lo humano y lo bestial, se determinan no por la naturaleza de las cosas sino por un proceso electoral" (7). Y ha sido una blasfemia, entre otras cosas, porque en política "patrocinar al pobre ha sido siempre [...] el más seguro medio de enriquecerse". Ese mundo moderno, democrático, resultó de la confluencia de tres series causales: "la expansión demográfica, la propaganda democrática, la revolución industrial", tal como lo había dicho en 1930 Ortega y Gasset en La rebelión de las masas. (Damián Pachón, ibídem)




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