sábado, 12 de abril de 2014

Recetas de nuestras madres

Se van perdiendo los viejos usos, las viejas tradiciones. Por ejemplo: en los grandes almacenes, en la publicidad, en cualquier parte se ha instaurado el tuteo. 
Siempre recordaré de niño las indicaciones en el  metro, o en cualquier lugar, o en la publicidad, o en cualquier medio escrito dirigido al español indeterminado: “TENGAN cuidado para no introducir el pie entre coche y andén”, “COMPRE lejía X, limpia más”, etc etc. Ahora en cambio, todo es: “ESPERA tu turno”, “RECOGE tu tarjeta en el Consorcio Transportes”… A los modernos de todo tipo y a los snobs, que hoy día no olvidemos son mayoría, todos estos cambios les parecen estupendos. El progreso, lo llaman. 

La buena educación, los modales, los protocolos sociales van cambiando. Algunos para bien, pero muchos otros para peor.

Ya me voy apartando del tema, que no es otro que las tradiciones que deberían perdurar. Y en concreto las gastronómicas.

Los usos y costumbres tradicionales van desapareciendo. Afortunadamente, aún quedan personas en las sucesivas generaciones  que se han ido preocupando de conservar parte de sus raíces, de no perder del todo su folclore, la cultura popular de sus mayores. Claro que los tiempos cambian, es ley de vida, y no podemos querer vivir como vivían nuestros abuelos, sin agua corriente, sin internet, sin televisión.

Hasta ahí de acuerdo. Otra cuestión es la nostalgia de ciertas cosas buenas, de cosas mejores del ayer, que ya no volverán. Incluso de cosas objetivamente peores pero provistas de una extraña belleza, de una poética sólo comprensible por ciertos sujetos de mi generación, una generación que hizo de puente entre una España vuelta sobre sí misma y una España “moderna” e internacional.

Esos viejos bares con mostrador de zinc, como el 21 de Princesa, las frascas de vino y el olor a serrín y boquerón en vinagre. Los autobuses Pegaso de la EMT de Madrid, con sus conductores y cobradores uniformados (es curioso, el gusto por los uniformes que tienen todos los regímenes totalitarios. Tanto en el III Reich como en la España franquista toda profesión o función pública tenía su uniforme específico, en el que quedaba claro el sistema jerárquico. Desde barrenderos a ferroviarios, desde taxistas a conductores del metro, todos uniformados. Con orgullo gremial o de oficio. Ya vuelvo a divagar. Retornemos) .


Todos, en mayor o menor medida, tenemos asociada nuestra infancia y nuestro propio ser con ciertos aromas, ciertas canciones, ciertos sabores. Sabores e imágenes de guisos hechos con amor. Esos platos cuta elaboración pasaba de madres a hijas. Esas croquetas, albóndigas, purés, lentejas….todos esos platos de nuestras madres.

Esa cocina casera que nunca encontrarán en la guía Michelín o que los snobs nunca degustarán en los restaurantes de Ferrán Adriá.

Aún quedan, quedamos, personas, “cocinillas” y "cocinillos" que estamos interesados en que esa parte tan importante de nuestra cultura, que esa parte tan importante de nosotros mismos no se pierda. 

Ciertos sabores no volverán tal cual, del mismo modo que ahora los grupos de música “revival” no pueden reproducir el sonido de los 60, que sólo era posible con esos medios y esos instrumentos. 

Con los ingredientes actuales esos sabores, adulterados de una u otra manera, no son posibles de reproducir tal cual. No con las nuevas tecnologías (vitrocerámica, inducción, microondas…) que tanto nos facilitan el yantar. Ni le podremos dar ese toque especial de nuestras abuelas y madres.

Por todo esto, desde que me independicé y empecé a añorar aquellos buenos y entrañables momentos a la mesa, empecé a recopilar de primera mano esas recetas y maneras de hacer tradicionales. Primero, de la mano de mi madre. Y en estos momentos, por mediación de mi Santa, con los testimonios de suegra, tías y otras personas de avanzada edad.

Mi intención es ir publicando alguna de esas recetas para que puedan ser de conocimiento y disfrute general.

Mientras tanto, no olvidéis: la vida es breve. Apreciad lo que tenéis, y a quienes están a vuestro lado, porque nada dura para siempre. Escuchad con respeto a vuestros mayores, respetad a vuestros padres y transmitid a vuestros hijos nuestra cultura.



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