miércoles, 7 de agosto de 2013

Diario de un Rodríguez (III) La horrible visión

Miércoles 7 de agosto del Anno de nuestro Sennor de MMXIII

(8ª jornada gloriosa de supervivencia in the city)

Todavía no me he repuesto de la terrible experiencia. En el desierto, las elevadas temperaturas, los espejismos, la falta de agua…y en el desierto del urbanita condenado a no salir de la meseta en todo el verano, experiencias espeluznógenas. 

¿Sueño, alucinación, realidad?
Todavía no doy crédito a mis ojos. De hecho, como diría un amigo del tuiter, ni doy crédito ni me lo dan ya a mi.

Creía haberlo visto todo, haber alcanzado las más oscuras simas de la depravación humana. Pero para esto no estaba preparado, no.

Iré al grano: Hube de salir a la calle por la mañana, a la calle más comercial del barrio, para ser más exactos.


Y allí le vi, no muy lejos del vendedor ambulante de melones, de su vociferante compañera y del que da “el agua” cuando vienen los municipales.. Allí estaba él, el hombre. Ese español de casta y solera, edad avanzada, inasequible a las modas y al sentido del ridículo.

Con su sombrero de paja, su camiseta de tirantes sacada de mis peores pesadillas infantiles, pantalones cortos con su mariconera ad hoc, sandalias “Ben Hur” y por si el espanto fuese poco, una muñequera rojigualda con torito de Osborne incluido. 

No sé exactamente si se trataba de uno de los archinombrados Pacones esos de los que llevo oyendo hablar desde hace tiempo.El Pacón, ese hombre. 

Aunque en la comunidad científica no han logrado ponerse de acuerdo en si este buen hombre es un  Pacón propiamente dicho u otra especie emparentada.


Para algunos biólogos se trata ni más ni menos que de una subespecie,  el Pacón “Playas” , especímen que abandona su letargo de los meses invernales para colonizar la península de norte a sur y de este a oeste (menos Portugal, que como ya sabemos son gallegos irredentos que juegan a ser ingleses). 

Puede vérsele en playas (preferentemente en los chiringuitos, botellín en mano), o en su defecto en piscinas, parques públicos, y, lo más aterrador, en las cercanías de los mercados.

Aterrado, dudo entre solicitar el consejo del gabinete de expertos de “Cuarto Milenio” o abrir otro botellín de mahou. A vuestra salud.

Y así termina un día más en el purgatorio matritense. A rezar mis oraciones, tomar mis pastillas y a dormir.

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